INNOVACIÓN EDUCATIVA

por Salvador Carrasco Calvo

Salvador Carrasco Calvo

Tras distintos procesos de reformas educativas, que el autor ha vivido como testigo y protagonista, nos encontramos con una nueva situación educativa, con sus contradicciones y paradojas, que ha desembocado en el concepto de innovación educativa. El núcleo del ecosistema educativo necesita definir con realismo estrategias y prioridades donde conseguir una escuela que cambie el mundo, garante de la excelencia académica, donde solucionar problemas y retos que se plantean en la actualidad.


Antonio Machado
“- Ya se oyen palabras viejas.
- Agudizad las orejas”.
Proverbios y cantares (XLI).

La educación está viviendo un período excepcional de ebullición y de emergencia de iniciativas desde la base misma del sistema. Es una situación que interpela y obliga a estar a la altura del momento y a revisar críticamente las estrategias y las prioridades educativas. No se trata de seguir modas ni de oportunismo, sino de dar nuevas respuestas a los nuevos problemas y retos que tenemos delante.

«En estos últimos años una expresión ha venido a describir la coyuntura en la que parece nos hayamos: innovación educativa. La innovación parece ser hoy la marca de los “centros de excelencia”, el distintivo de calidad... Parecería como si una escuela que no lleve la etiqueta de innovadora no fuese hoy una buena escuela.»

Hace unos años pensábamos que nuestra educación era pionera y de vanguardia. En la última década, sin embargo, muchos profesionales de la educación nos preguntamos qué quedaba de aquella orientación (“espíritu”) del que nos sentíamos orgullosos. Con la crisis, las Administraciones ya no pudieron ejercer el rol de agentes promotores del cambio educativo, al que ya estaban acostumbradas. Les tocó, en un nuevo contexto, gestionar el sistema en el marco de unas dificultades extraordinarias: sólo ordenar el sistema sin renunciar al modelo parecía ya un éxito. La realidad acabó por resituar las funciones y posibilidades de la Administración y el acento volvió a ponerse en su lugar preciso: en el aula, con el alumnado y el profesorado en su centro. Algo que los profesionales de la escuela pública venían vindicando desde principios del siglo pasado, de la mano de la “Escuela Nueva”.

Las grandes leyes de educación no pasan de ser el marco que condiciona, facilita o dificulta, la tarea de la institución; la acción departamental o ministerial no tuvo nunca la capacidad demiúrgica de cambiar la escuela, como pienso que se otorgaron a sí mismas algunas autoridades o que algunos pretendieron darle a las sucesivas reformas educativas de los últimos cuarenta años. Desde los lejanos años 1970 hasta hoy, he sido testigo y protagonista, en alguna medida, de varios procesos de reforma educativa. Puede creer el lector que lo de mayor interés, lo que el tiempo dejó en pie y permanece vivo hoy, son los procesos de experimentación e intercambio de experiencias, a pie de aula y centro, que, en su día, realizaron no pocos maestros y professores de secundaria, bajo el liderazgo y la orientación de algunas mentes lúcidas, auténticos “maestros”, que tuvimos la suerte de encontrar en nuestro camino, en los inicios del ejercicio de la profesión en los institutos de Barcelona y en los ICE de la UAB i de la UB, entonces de recien creación,

La escuela, sin embargo, no ha cedido ante situaciones adversas. Basta recordar, por ejemplo, la red de escuelas verdes; los proyectos de cooperación educativa internacional; los proyectos de Aprendizaje Servicio; la incorporación a la comunidad educativa de los educadores del tiempo libre; la creación de diversos tipos de redes escolares para el fomento de la innovación.

Hoy estamos en una nueva situación, no exenta de contradicciones y paradojas, como las que comenta Enric Prats en su recinte libro L’escola importa. Notes per repensar l’educació: las modas; la competición entre escuelas, en un mercado muy duro; la proliferación de vendedores de humo; la indigencia pedagògica; la presión de los padres; la aparición de métodos pedagógicos mesiánicos y las proclamas de pedagogos sin escrúpulos; las ganas de soluciones fáciles; el exceso de politiqueria i la ausencia de políticas educativas ... (Eumo : Vic, 2018, pp.147-158,74).

«...se trata de ‘cambiar el mundo de verdad’, no de hacer operaciones de cosmètica educativa, ..., o de perpetuar el viejo sistema con algunos retoques formales y vistosos, aptos para el marketing escolar o para engañar incautos.»

En estos últimos años una expresión ha venido a describir la coyuntura en la que parece nos hayamos: innovación educativa. La innovación parece ser hoy la marca de los ‘centros de excelencia’, el distintivo de calidad educativa y el mensaje a transmitir a las familias, especialmente en la hora de la preinscripción, de escoger la escuela de sus hijos. Parecería como si una escuela que no lleve la etiqueta de innovadora no fuese hoy una buena escuela.

Recientemente hemos visto aparecer diversas redes de escuelas innovadoras. Algunas llevan unos años operativas y tienen una trayectoria que, sin duda, las avala. Tienen recursos suficientes, los imprescindibles; se han ganado a buena parte de su profesorado para el nuevo proyecto; han cambiado a fondo la vida escolar; y avanzan con decisión y unidad de criterio. Dicen hacer una innovación disruptiva con el pasado más immediato y en ellas los cambios son reales (en les metodologías en las aulas, en la inspiración, en los espacios físicos, en el curriculo y hasta en la configuración y estructuración de las etapas educativas). Son centros públicos y concertados. Sólo ellos saben qué tenacidad, qué dedicación, qué entusiasmo, qué profesionalidad y qué voluntad personal y colectiva se necesita para mantener en pie tales proyectos, serios y que vayan de verdad. Poco nos han dicho sobre en qué innovan, cómo lo evaluan, qué escuela quieren, con quien lo hacen, cómo se relacionan con los otros agentes educativos y con su entorno comunitario. Seguro que se deberá esperar más parar dar tiempo a madurar los proyectos y consolidar las experiencias. La discreción y el silencio de los protagonistas hablan, en estos casos, de rigor y eficacia. El fenómeno, con todo, es muy significativo y un motivo de esperanza. Digámoslo claro de entrada: más allá de les apariencias y de los focos de los medios, en algunos centros se viven momentos apasionantes y arriesgados.

La expresión “innovación” es una palabra vieja. A lo largo del siglo pasado hemos conocido ‘experiencias innovadoras’ que nos invitan a ser cautos con el uso de la expresión. Ya Severino Aznar, primer catedrático de Sociologia de la Universidad de Zaragoza, advertia a la jerarquia católica integrista del primer tercio del siglo XX, que los sindicatos católicos libres no les habían de espantar: aquella “innovación” era, en verdad, “tradición”. Y , efectivamente, así era. Se trataba de adaptar el catolicismo social a los nuevos tiempos; era evolución homogénea; era una propuesta de restauración de la “civilización cristiana” y del viejo “orden tradicional”, anterior a la Revolución Liberal. Era una nueva manera de estar presentes en la sociedad. No veía, sin embargo, don Severino que aquello acabaría significando, además, el fin del monopolio ideológico de los integristas y el anuncio del pluralismo social y político dels católicos españoles, que llegaría mucho más tarde.

Es oportuno reiterar que hay variados tipos de innovación: creativa y adaptativa, como bien comentaba el sociólogo Joan Estruch, en un lúcido libro escrito en 1971 (La innovación religiosa, Esplugues de Llobregat: Ariel, pp.114-115). No estará de más que, en momentos de ebullición e innovación educativa , recordemos que se debe discernir lo que realmente es creación ex novo de lo que és mera adaptació mimètica (una operació de marketing social) o , como decíamos antes, cambios que comportan ruptura con los modelos establecidos hasta ahora. Se trata de “cambiar el mundo de verdad”, no de hacer operaciones de cosmética educativa, si se me permite hablar así, o de perpetuar el viejo sistema con algunos retoques formales y vistosos, aptos para el marketing escolar o para engañar incautos.

Como decía el poeta, volvemos a oir palabras viejas , como la de innovación, y hay que hacer un buen discernimento de qué es qué y quién es quién. Posiblemente será el tiempo el que irá poniendo a cada uno en el lugar que le toca. La cuestión, hoy, es la de definir con realismo estrategias y prioridades que respondan a una nueva concepción del ecosistema educativo, creativa y disruptiva, de verdad.

¿En este sentido, podríamos estar, como algunos pretenden, en los albores de una nueva época? Para que así fuera tendrían que confluir los esfuerzos e iniciativas de base (sólidos, mantenidos en el tiempo y capaces de impulsar o diseminar iniciativas semejantes); las facilidades legales, prestadas por una nueva legislación propicia en materia educativa, que posibilitaran, de nuevo, la via de la experimentación y la mejora continuada en centros experimentales ; el apoyo decidido de las Administraciones a las experiencies que den garantias de calidad, de sostenibilidad y gobernanza; el compromiso del profesorado; la implicación de las familias; y un apoyo social claro. Sin duda, esta sería una apuesta valiente para tiempos de confusión e incerteza. Y, también, una ventana abierta al futuro, a un mañana que deberíamos construir ya hoy; que, quizá, haya comenzado a existir, a pesar de la miopia de quienes con mayor claridad debieran entender lo que está ocurriendo ante ellos, sin que parezcan enterarse.