El lenguaje peyorativo, introducido de lleno en la discusión filosófico-lingüística, con sus palabras clave determina, de forma contundente, un rol fundamental en el establecimiento del estereotipo. En nuestro idioma el ejemplo prototípico es el término étnico ‘gitano’. Tanto es así que no se utilizaría la palabra gitano si no existiera una actitud negativa hacia el colectivo. Todo ello supone el embrión de la injusticia discursiva que sufre la comunidad gitana.
Una aportación imprescindible para comprender cómo funciona la comunicación, en el seno de la marginación, nos la proporcionan las investigaciones en el seno de la filosofía del lenguaje. De la mano de Jason Stanley, en la obra de How propaganda Works, nos adentramos en el concepto de contenido no tematizado.
«Los términos peyorativos se corresponden con formas de ser racista, clasista o sexista. En particular, los términos étnicos y sociales contribuyen a mantener estereotipos negativos».
Dicho concepto de contenido no tematizado, que es por lo general no negociable, viene dado por una distinción conceptual relacionada con la noción de palabras en clave, en donde el contenido no se presenta como un contenido explícito sino que pasa a formar parte del trasfondo común. De manera que consiste en establecer una asociación repetitiva entre determinadas palabras y determinados significados sociales. Esto ocurre, por ejemplo, cuando los medios de comunicación social vinculan imágenes de personas gitanas con contextos repetitivos y negativos. Así llegamos al estudio del lenguaje peyorativo en donde el núcleo neurálgico de su discusión se ha centrado en los denominados términos despreciativos.
Los términos despreciativos tienen un significado social específico y usualmente su uso extiende este tipo de significación social al destinatario, de forma que se asume la actitud que el término despreciativo denota es compartido por el hablante, el oyente y el grupo al que el orador pertenece (y parece estar orgulloso de pertenecer). Lamentablemente los términos despreciativos no son los únicos términos de grupos humanos con significados peyorativos sino que conviven con un tipo muy diferente de términos que también tienen un papel predominante en el lenguaje peyorativo, que denominamos términos étnicos sociales neutros utilizados como insultos. Un ejemplo prototípico es el término étnico gitano. Este tipo de términos han sido introducidos de lleno en la discusión filosófico-lingüística, y es importante en cuanto tales términos juegan un rol fundamental en los estereotipos. Pues los términos peyorativos se corresponden con formas de ser racista, clasista o sexista. En particular, los términos étnicos y sociales contribuyen a mantener estereotipos negativos.
«Caben distinguir dos formas de ser racista, clasista o sexista. La primera de ellas consiste en despreciar a las personas de un origen étnico o clase diferente, y la segunda, consecuencia de la primera, supone estereotipar negativamente a un grupo étnico o de clase diferente».
La palabra ‘Gitano’ en su uso peyorativo en español se asocia al uso insultante, pues aparece como un sustantivo evaluativo que realizan una doble tarea asignando una propiedad pero también expresando un juicio de valor que puede ser positivo pero tiende a ser negativo; aunque curiosamente los términos étnicos tienen un conjunto asociado de propiedades estereotípicas no son evaluativos. Es decir, por un lado son términos que pueden utilizarse para clasificar a los individuos en una categoría social o étnica como sucede en la oración “Juan es gitano”. Por otro lado son evaluativos en virtud de estar asociados con propiedades estereotípicas negativas lo cual legitima su interpretación enfática como pueda ser la oración “Juan es un gitano”.
En este caso el determinante indefinido ‘un’ recoge algún tipo de idealización negativa haciendo referencia a un conjunto estereotípico de vicios que explica su naturaleza peyorativa. Es necesario señalar que los predicados evaluativos siempre pueden ser positivos o negativos, así por ejemplo la oración (pronunciada en diferentes labios) “Juan es un auténtico gitano”, puede alabar o criticar a Juan.
«El estereotipo proporciona la razón por la que debemos tratar a los miembros de un grupo de una manera negativa. Resulta obvio que la discusión sobre los términos despreciativos, sean del tipo que fueran, se centran en casos que tienen fuertes asociaciones estereotípicas».
Caben distinguir dos formas de ser racista, clasista o sexista. La primera de ellas consiste en despreciar a las personas de un origen étnico o clase diferente, y la segunda, consecuencia de la primera, supone estereotipar negativamente a un grupo étnico o de clase diferente. Así el contenido proyectado por estos términos siempre supone una generalización que tiene el efecto de atribuir creencias estereotipadas negativas sobre un cierto grupo, en nuestro caso el colectivo gitano. Y, cabe deducir por ende, que tienen un componente actitudinal, pues no se utilizaría el término gitano si no existiera una actitud negativa hacia el colectivo. Esto supone, sin lugar a duda, que el estereotipo proporciona la razón por la que debemos tratar a los miembros de un grupo de una manera negativa. Resulta obvio que la discusión sobre los términos despreciativos, sean del tipo que fueran, se centran en casos que tienen fuertes asociaciones estereotípicas.
«La injusticia discursiva, por la que las personas que sufren marginación se ven abocadas a no disponer de conceptos, términos y otros recursos representacionales que podrían usar para conceptualizar y comprender su experiencia propia, en concreto, comprender su propia situación de marginalidad».
Como conclusiones más sobresalientes obtenemos que caben distinguir dos formas de ser racista, clasista o sexista. La primera de ellas consiste en despreciar a las personas de un origen étnico o clase diferente, y la segunda, consecuencia de la primera, supone estereotipar negativamente a un grupo étnico o de clase diferente. En nuestro caso el colectivo gitano.
De acuerdo con este diagnóstico, se produce la injusticia discursiva, por la que las personas que sufren marginación se ven abocadas a no disponer de conceptos, términos y otros recursos representacionales que podrían usar para conceptualizar y comprender su experiencia propia, en concreto, comprender su propia situación de marginalidad.